Después en el 37 empezaron a llegar al pueblo camiones de refugiados del Pais Vasco, de Aragón y de Lérida capital. Se construyeron cooperativas con la tierra que habían abandonado los terratenientes a la vez que se repartían por las casas a los refugiados, todos mujeres y niños.
A nosotros nos tocó una madre y su hija, que eran vascos. Con mi madre se llevaron muy bien pero no hemos sabido nada más de ellos aunque mi madre les cedió la habitación más grande, donde dormían. Nos entendíamos mediante el español, aunque ellos hablaban vasco y nosotros catalán.
Yo era un niño de cerca de 7 años y fuí asumiendo y enriqueciéndome de sus juegos, que eran nuevos para mí, aprendiendo un nuevo idioma -el castellano- y algo del vasco. Cambiamos los peinados, la forma de vestir... para mí que empezaba a vivir, todo me enriquecía, sobretodo fue la primera vez que empezamos a jugar niños y niñas. Ya que tanto antes como cuando acabó la guerra y gobernó Franco la moral católica nos lo prohibió, siendo considerado un pecado.
Al final del 37, llegaron los soldados a miles y se cobijaron al igual que los exiliados en las eras y en los cubiertos. La mayoría tuvieron que vivir bajo los árboles, se excavaron trincheras, se construyeron nidos de ametralladoras y algún polvorín. También algunos almacenes fueron habilitados como cocinas de los soldados, pasando de ser un pueblo de 3.000 habitantes a 10.000. En esas cocinas los soldados cocinaban para el frente -al que llevaban los pucheros con camiones-, para los soldados de refresco -los que descansaban en el pueblo- y para nosotros, que muchas veces aprovechábamos para comer con ellos.
Algunas de aquellas mujeres nunca pudieron rehacer su vida familiar, ya que se consideraron proscritas y madres solteras al no tener los papeles que certificaban el matrimonio -al ser casados en guerra, las ceremonias eran oficiadas por capitanes, etc.- Fueron personas que perdieron sus derechos: como hijos no tenían el apellido del padre y las mujeres nunca se consideraron viudas.